Quería apagar la radio del taxista, era una salsa y era insoportable; al borde de las lágrimas decidí abrazar a mi madre. "Ay hijito,ya vamos a llegar".
Apenas entré al lugar, donde se destinaría mi primer aprendizaje, deseé enormemente que fuera mi nueva casa, pero no fue así. Ni bien me presentarón a una pelirroja mujer, quien sería la directora, subí unas gradas y llegué a un salón decorado de celeste, en su interior habían muchos niños, sólo que felices. Una de ellas, rubi y pecosita, se acercó a mi.
-No llores...Toma, te invito mi galletade Batman.
Fue así que la amistad, me enseñó a sonreir.
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