Los cristianos reconocemos el perdón de los pecados. ¿Quién los perdona? Dios ¿Por intermedio de quién? De un sacerdote. Todo sacerdote es hombre. Y todo hombre es el núcleo de la reproducción. Y toda mujer procrea. ¿A qué hombre no le atrae una mujer?
Sin más silogismos, entenderíamos, que todos los hombres hemos experimentado distintos deseos: entre posesivos, maníacos, obsesivos, seductivos, etc. Precisamente porque nos hallamos entre muchas sirenas de paso. Sus encantos, sus medidas, sus proporciones no son ajenas a nuestro sentir y nunca lo serán. ¿Será cosa extraña entonces el que después de nuestro título, viene justamente el verso: La resurrección de la carne?
No hay comentarios:
Publicar un comentario