miércoles, 2 de junio de 2010

Amistad y el Sentido de la Solidaridad


Nadie ayuda voluntariamente con el fin de captar amigos. Es verdad, la amistad no se compra; se gana. En nuestra niñez no supimos quizás darle un significado a la palabra amistad. Es en la adolescencia en donde recobra su importancia. Sin embargo el sentido de la solidaridad es el que debe cultivarse en cada etapa del ser humano a fin de que se vea como una forma de amistad.

Ya lo cantó alguna vez (Porque en realidad fue letra de Jesse Tobias) el sexagenario de Morrisey: Todos son amistosos, pero nadie amigo. Quieres amigos para complementarte, para asimilar sus conocimientos, sus gustos, su inteligencia, su belleza o la forma agradable de que se vería andar contigo (caso de las chicas) es así que se atribuye la amistad como un aprovechamiento. En ese aspecto todos nosotros seríamos egoístas, o bien tontos. Tontos por acceder a ellos que nos dirigieron la palabra o “ayudaron” y egoístas por abordarlos y “ayudarles” a sabiendas que queríamos algo de ellos.

El sentido de la solidaridad se dilata porque uno siempre busca algo de otro. Porque uno no se siente capaz de transmitir paz, quietud, abrigo, alimento a otro. A menos que te lo pida, a menos que te lleve a pensar en el bolsillo. Ahora bien esto se extiende a una cultura, una cultura de aceptación por la sociedad. Porque el que puede, ayuda. ¿Quiénes pueden? Las empresas, las figuras públicas, la presión mediática (término que aprendí de mis amigos comunicadores).

Porque ellos pueden llegar a esos pocos casos conocidos, porque eso les trae celebridad o el aprecio de muchos; la regla de que los grupos llegan a los grupos, resultando el aporte individual minimizado nuevamente. De interesante es imaginar que las verdaderas amistades nunca tienen un origen o un punto de partida, simplemente se dieron o consolidaron inexplicablemente.

Definitivamente el día que un acto solidario se de de esta forma (aunque implique a escondidas una contribución pequeña, un momento inesperado), nos asegurará una satisfacción superior a la de haber tomado unas buenas chelas con nuestros patas.

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